domingo, octubre 29, 2006

La fiesta


No había sido buena idea ir allí. El reaggeton, ideal para el apareamiento animal, no era precisamente lo que me apetecía. El veneno en forma de humo no era precisamente beneficioso para mis ojos, como tampoco lo era verte rodeado de hermosas vampiresas ansiosas por encerrar tu sangre en sus venas. Pero tampoco me parecía extraño, ya que a un ángel terrenal como tú no le faltan candidatas para que les muestres el cielo. No había sido buena idea ir allí, pero el simple hecho de verte y cruzar contigo un sencillo “hola, ¿qué tal?” lo compensa todo. De hecho, no me importó que no me dedicaras una sola mirada en toda la noche. El vestuario y el maquillaje escogidos con tanto cuidado no me iban a ayudar a distraer tu mirada de las sirenas que te rodeaban. Y aunque la esperaba, tu indiferencia me dolía demasiado, más que el bombardeo de pseudomúsica en aquel pequeño local, el maldito aire viciado y mi torpe soledad entre tanta gente. Por eso salí al balcón, para darle a mis ojos total libertad de desbordarse.

Tuvo que ser mi ausencia la que me sacara del anonimato para ti. Al sentir tu mano en mi hombro, un escalofrío me fulminó de la cabeza a los pies.
—¿Qué te pasa?
—Ah, nada. Me estaba ahogando allí dentro. Tanta gente, el humo…
—No hablo de eso. Estás llorando.
—Se me habrá metido algo en el ojo.
—Que no soy tonto…
—Ya.
—Está bien que no me quieras contar qué te pasa. Pero no intentes negarme que estás llorando, porque no soy tonto.
—Vale, pues estoy llorando.
—¿Ves? No pasa nada por reconocerlo.
—Tú no lo entenderías. Tú nunca lloras.
—¿Quién ha dicho eso?
—¿Es que lloras?
—¿Te crees eso de que “los tíos no lloramos”?
—No me lo creo, pero no te imagino a ti llorando.
Por primera vez en toda la conversación, me di la vuelta para mirarte a los ojos, con los míos chorreando petróleo.
—¿Por qué lloras tú, cuando lloras? —pregunté.
—Tengo muchos motivos. Cuando pierdo a alguien, cuando me siento solo…
—¿Tú solo? No me lo creo. Sólo tenías que verte en la fiesta. Compañía no te faltaba.
—¿Y crees que me lo estaba pasando bien? La música es un asco, como el ambiente. Y tú aquí fuera llorando.
—Parece que te moleste que llore.
—Claro que me molesta, mujer… No me gusta verte así… ¿Por qué te crees que he salido?
Tus palabras y tu mirada en esos dos charcos de hielo líquido eléctrico me anudaron la garganta y me paralizaron la lengua.
—¿Por qué lloras?
—¿Has llorado alguna vez porque quieres algo que no puedes tener?
—Claro.
—Pero un chico como tú puede conseguir lo que quiera…
—¿Por qué?
—Porque…
La parálisis aumentó cuando noté la punta de tus pies chocarse con la mía.
—¿Qué es lo que quieres?
Tardé segundos en contestar.
—¿Qué quieres tú?
Tardaste segundos en contestar. O eso me pareció a mí. Tampoco me importó, y menos cuando intentaba creerme que tus brazos rodeándome la cintura eran reales. O tus labios en mi oído pronunciando aquel anhelado e improbable:
—¿Estás tonta? Te quiero a ti…
Te parecería torpe en el momento que tu boca encontró a la mía con un delicado enlace de fuego, pero qué querías. Cuando pude vencer el hechizo de piedra, me convertí en agua entre tus brazos, ansiosa por mojar cada rincón de tu piel y por detener las agujas de un reloj implacable.

Cuando nos separamos, nos volvimos a mirar con nuestras risas de caramelo. Me secaste la suciedad de rímel lagrimoso de mis mejillas, con una delicadeza que no había en visto, pero que ya conocía en ti.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Ven conmigo.
El deseo se delataba en tu voz abrasada y en mis pupilas, que te devoraban. Podíamos haber acabado en el vestuario o en el baño y haber consumado nuestra urgencia amorosa y animal, pero yo no quería terminar aquello así. Ni tú tampoco. Éramos dos sombras hechas una en aquella mágica noche. Siempre había soñado con ello, con el perfume de tu piel envolviéndome, con tu voz acariciando a la mía y con tus labios abriéndome el cielo teñido de rojo en cada beso.

De hecho, seguiría soñando con ello hasta que el despertador me chillara al oído con voz de robot oxidado y aburrido. Después de maldecirlo con un golpe, me quedaría tumbada en la cama, pensando en si sería una buena idea ir a tu fiesta esa noche…

Mun, the Dreaming Doll

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miércoles, octubre 25, 2006

Jornada



Una de las normas establecidas más criminales para ella era tener que estar en cualquier lugar antes de las once de la mañana. Y su forma de rebelión era tener que apagar el despertador con un golpe y pedirle a su conciencia cinco minutos más. Pero su Pepito Grillo se quejaba y la impulsaba a levantarse con grandes esfuerzos de la cama, abrir la ventana y meterse en la ducha. Aquel era el mejor momento de la mañana, cuando aquellas múltiples y cálidas agujas, junto a un aromático jabón, la desnudaban del sudor y le devolvían la lucidez. Después de regalarse unas enérgicas caricias con la toalla, se vestía con la ropa que escogía la noche anterior sin muchos rompecabezas: lo más cómodo para pasar toda la jornada en aquel odioso edificio rosa.

Otro momento delicioso de la mañana era el desayuno (especialmente por el abundante cacao en polvo que se permitía en la leche), al cual le encantaría dedicar unos minutos más sino fuera porque los relojes la amenazaban con devorarla. Y era después de besar a su adormecida madre y colgarse el pesado zurrón a la espalda, cuando empezaba su aburrida jornada.

En el tranvía y en el metro, se dedicaba a estudiar a todas las sardinas que se abarrotaban junto a ella en aquellas latas de transporte. Sus ojos y sus oídos siempre habían sido muy curiosos, así que no dejaba de asomarse de reojo a los libros de aquellos que se sentaban a su lado, intentando descifrar de cuál se trataba. A veces, incluso, se inclinaba un poco para leer la tapa. Otras veces se reía para sus adentros de las conversaciones banales, o cuando éstas eran profundas (rara vez ocurría eso) dedicaba sus pensamientos a la reflexión.

Odiaba ese trayecto que cada vez se le antojaba como un insulso dejà vu. Pero se escapaba en un mundo paralelo hecho de nubes de miel, pianos sonrientes y estrellas de azúcar de plata. En aquel mundo, ella se dedicaba a lo que siempre había soñado: a la literatura creativa. No quería saber nada de traducciones obligadas, de decir en una lengua lo que los demás decían en otra, bajo el yugo de un estilo ajeno. Para ella, eso tan sólo se trataba de un método de subsistencia, aunque deseaba que dicho método de subsistencia fueran sus propios lienzos de letras negras. No obstante, aquel mundo gris recubierto de escarcha en el que se desarrollaba la película de su vida no dejaba espacio para el país que ella veía con los ojos cerrados. Sin embargo, aquello no le impedía que soñara con él, al menos por una media hora, hasta que el metro la dejara en su parada.

Y allí era cuando apresuraba el paso hacia la universidad. Era una paradoja, porque las prisas no tenían que ver, para nada, con algún anhelo especial de gozar una jornada que se le presentaba como una película que había visto tantas veces que había perdido el sentido en cada escena. Una jornada que, normalmente, empezaba con el amable y automatizado saludo de un compañero:

—Hola, Laura, ¿qué tal?

Mun, the Doll in this tale

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PD: Es curioso que eche esta jornada de menos...

viernes, octubre 20, 2006

Dices que me quieres



Dices que me quieres. Al oído, en un susurro profundo e hipnótico. Y luego me atarás, como siempre, a tu ser con cadenas de besos y caricias abrasados con el fuego de tu cuerpo desnudo, aunque siempre lleves el corazón vestido con esa odiosa cota de malla. Jurarás tu amor en cada una de tus dulces embestidas violentas y me vampirizarás de nuevo con el veneno de tus suspiros y el sabor del sudor que la pasión ha untado en tu piel. Esa piel que resume todos mis pecados y deseos.

Dices que me quieres. Pero esas palabras se diluyen en cada uno de nuestros besos para luego ser engullidas por mi sed junto a tu saliva. Dime, ¿qué queda de ellas? Tan sólo el delicioso y amargo sabor de tu ausencia, cuando me despierto cada mañana y me doy cuenta de que me has desnudado totalmente; no sólo me has quitado la ropa, sino también el aliento, el alma.

Dices que me quieres. Y yo no digo nada. Porque todo te lo digo en cada mirada, en cada gesto de mi voz y en cada una de mis múltiples entregas, de todas las partes de mi ser. Pero en cambio tu amor sólo se limita a los labios vacíos de sentimiento y llenos de un anhelo banal de placer, el mismo placer con el me arrastras hacia ti… para luego soltarme en una cama vacía, donde tu ausencia se convierte en el eco de mis pensamientos.

Dices que me quieres. Y yo no digo nada. Pero te lo digo todo.

Mun, the Unloved Doll

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martes, octubre 17, 2006

Los espejos


Si sigo mirándome al espejo, sé que se me caerán los ojos dentro y que su cristal desgarrará mi alma en mil pedazos. Pero ésta es la condena que sufrimos muchos humanos como yo, una condena impuesta por una sociedad enmascarada de libertad. Encadenados a los espejos, así vivimos, con nuestras almas encerradas en banales cristales.

Los espejos reduce la mayor creación de Dios a un simple envoltorio nos han puesto vendas de seda engañosa en los ojos, impidéndolos que atraviesen la piel, el cuerpo, y vean lo que de verdad es hermoso, lo que pasa invisible a los pobres sentidos del ser humano...

Y fue mi espejo quien fijó mi valor, desterrándome al lugar del que uno siempre será prisionero, uno mismo. Me encerraron en un espejo, por el crimen de no nacer de Venus, sino de los humanos. Creí una ilusión en la que yo era una mujer hueca, sin valor, una bestia aparte del mundo, porque el espejo me creó esa imagen. Sin embargo, he podido escapar de él hacia un mundo donde los ojos no llevan vendas. Soy libre de las cadenas que me ataron a él... pero cuando rompí el espejo, varios fragmentos se clavaron en mi memoria y en mi corazón... y aún están inscrustados como los trozos de una espada mortal que hirió mi alma...

Mun, the Doll in the Mirror

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I've been looking in the mirror for so long... that I've come to believe my soul's on the other side...

miércoles, octubre 11, 2006

Si me llamas con tu deseo


Si me llamas con tu deseo, será Morfeo quien lleve mi flor hasta ti, para ponerla en tus labios y que ésta te cierre los ojos con un beso. Así me colaré bajo tus sábanas y respirarás mi aliento y me derramaré en tus sueños, donde dormiremos abrazados sin importarnos el nombre del sol que nos despierte.

Besaré cada caricia que dibujes en mi cuerpo y mis manos me abrirán paso al Edén que se esconde debajo de tu ropa. Luego te abrigaré con mi piel, que se ocultará en tu seda y allí olvidaré mis lágrimas. Mis labios trazarán en ti el camino a la gloria y morderé cada suspiro tuyo para hacerlo mío. Y será cuando apoye mi pecho contra el tuyo que nuestros corazones bailen juntos, al son de la música que emana de cada rincón de tu pasión, aquel hermoso secreto que guardas sólo para mí. Absorberé cada uno de tus espasmos amorosos para sentirte nadar en mis entrañas mientras te abrazo con mis caderas. Y sabré que existe el paraíso cuando nuestros cuerpos sean sólo uno, cuando toda tu esencia se deshaga en mí, como yo me deshago en ti, y me metamorfoseo en sudor y placer.

Si me llamas con tu deseo, será Morfeo quien me dé las alas para huir de esta inhóspita cama, a quien le entrego caricias sin respuesta y palabras que nadie más oirá, y nuestras voces abrasadas se podrán tocar. Pero mientras deberé conformarme con deshojar sin ti noches de soledad, hiel y lamentos, hasta que me llames con tu deseo, porque yo no puedo.

Mun, the Passionate Doll

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domingo, octubre 08, 2006

Blanca












Llorar es algo vergonzoso; una muestra de debilidad que distingue a los débiles de los poderosos. Por eso, cada vez que salía el tema, Blanca se escondía en el lavabo y daba rienda suelta a sus lágrimas. Con la práctica, había aprendido a no sollozar mientras su alma sangraba, y sus amigos como mucho imaginaban que salía a tomar el aire, pues era una chica a la que no le gustaban los espacios cerrados.

Lo cierto es que Blanca era todo un misterio. Hablaba poco y siempre en voz baja, casi en un lánguido susurro que recordaba a la música de un piano helado. Nadie recordaba haberla visto reír, ni cuando contaban chistes y anécdotas graciosas. Sólo entonces esbozaba una tímida sonrisa, aunque sólo se percibiera en el arco de sus delgados labios. Sus ojos oscuros siempre tenían la misma expresión ausente, como si miraran siempre dentro de ella, buscando algún secreto difuso en su corazón, que nadie de su pandilla averiguaría.

Sin embargo, a pesar de su frialdad, Blanca era bastante apreciada por sus amigos. La conocieron aquel mismo año en el instituto, y no les costó conectar con ella, ni a ella le costó integrarse en el grupo. Era una muchacha bastante reservada y callada, aunque esto hacía que su reacción ante las manifestaciones de cariño fueran más acusadas. Era la única vez que la luz inundaba su rostro por unos instantes; cuando uno de ellos la abrazaba o le daba un beso, incluso cuando el único significado que tenían era el de un saludo cordial. Y esto la hacía parecer una encantadora muñeca a la que nadie negaría unos mimos.

Pero había algo que les desconcertaba por completo: su actitud ante el sexo.

Era un tema bastante recurrente en el grupo, ya que era el fruto prohibido que todo el mundo desea morder el primero. La mayoría habían empezado a iniciarse en el tema de los besos, y varios de ellos, que habían llegado a algo más con sus primeras parejas, animaban a los otros a probarlo, retándoles con el hecho de que la virginidad es una mancha que hay que sacudirse de encima antes de los dieciocho.

Cuando Blanca oía esto, se le ensombrecía el rostro y dirigía la mirada hacia su vaso o su bebida, mientras jugueteaba con la cañita o la cuchara. Si la frivolidad con la que se hablaba del tema aumentaba, intentaba desviar la conversación a otra vía totalmente distinta. Y cuando podía, se escapaba por unos minutos, alegando que tenía ganas de ir al baño. Pero el sexo siempre es el tema más candente cuando se tiene quince años, aquel dios oculto al que se le rinde un culto clandestino en una sociedad postfranquista.

Pasó el tiempo y las conversaciones acerca del tema proliferaron más, pues todos se habían lavado ya la mancha de la inocencia. Y Blanca jamás dijo nada, alimentando la curiosidad de todos ellos, especialmente cuando reaccionaba como un fantasma escondido cada vez que el tema hacía su habitual aparición.

—No sé por qué te pones siempre así cada vez que hablamos de sexo —le espetó uno de sus compañeros.
Blanca no respondió. Al menos no con palabras. Pero sus ojos brillaron más que nunca, como dos charcos de agua salada, y antes de que se desbordaran, salió corriendo.
—¿Qué le pasa?
—Es una amargada. Le jode que ella sea la única que no lo haya hecho aún.
Pero lo cierto es que Blanca perdió la virginidad mucho antes que todos ellos. Concretamente a los nueve años.

Mun, the Tragic Doll

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Imagen extraída del videojuego Silent Hill 2

viernes, octubre 06, 2006

La criatura más bella


A pesar de ser una niña bastante aplicada y disciplinada, Alicia decidió que aquella tarde no haría los deberes. Sus ojos estaban posados sobre el cuaderno blanco, ausentes, mientras dejaba caer sobre él, como la hoja muerta de un álamo, una gruesa lágrima en la que la chiquilla veía reflejada las obscenas risas de sus compañeros. No entendía qué había de malo en esforzarse, en tener curiosidad por la vida, deseo de aprender. No entendía qué estaba incorrecto en querer construir desde sus nueve años el largo camino para cumplir su sueño de ser una prestigiosa científica, creadora de miles de inventos para ayudar a la humanidad. Pero todo eso la convertía en una paria ante sus compañeros de clase.

Cuando llegó su padre, la encontró jugando con sus muñecas y desatendiendo sus tareas estudiantiles, lo cual, lejos de enfadarlo, le entristeció muchísimo. Alicia no dejaba de estudiar porque sí. Y cuando advirtió los restos de lágrimas en los dulces ojos y en las largas pestañas de su hija, comprendió.

Después de darle un tierno beso en la mejilla, el señor Maestro la sentó sobre sus rodillas, como solía hacer cada tarde al regresar a casa, para regalarle toda la atención que no podía prestarle el resto del día.
—¿No haces los deberes, tesoro? —le preguntó con su musical voz, que recordaba al sonido de un arpa.
—No.
—¿Y por qué no?
—Porque los deberes sólo son para los empollones.
—¿Quién dice eso?
—Los de clase.
—Los de clase son tontos. Tienen envidia porque ellos no podrán ser nunca una inventora tan lista.
—Dicen que quiero serlo porque así seré rica, y siendo rica es la única manera en que los chicos me quieran.
El rostro del señor Maestro se ensombreció de indignación al oír la crueldad que relataba su hija entre sollozos. Después se levantó diciendo que iba a por un pañuelo, al mismo tiempo que pedía a Alicia que no llorara más. Pero ella no podía, estaba harta de los navajazos de sus compañeros contra las alas que despuntaban en sus espaldas, ansiosas por emprender el vuelo.

Cuando su padre llegó, no traía un pañuelo. Tenía las manos cerradas, palma sobre palma, escondiendo algo de pequeñas dimensiones. Una sonrisa enigmática cruzaba su rostro, al mismo tiempo que en sus ojos brillaba un destello especial.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó Alicia, desplegando sus encantadores ojos.
—Acabo de atrapar a la criatura más bella que he visto nunca.
—¡Un ángel! ¿Puedo verlo?
—No —respondió su padre con una mueca traviesa—; sólo si dejas de jugar y haces los deberes.
El privilegio de poder ver a un ángel era bastante para Alicia como para olvidar a sus huecos compañeros de clase y dedicarse a esos ejercicios de matemáticas y ciencias naturales que, lejos de aburrirla, le divertían. Pero esta vez tenía el aliciente de ver aquello que su padre ocultaba entre las manos, y a lo que de vez en cuando éste dedicaba una mirada ilusionada y fascinada. Aquello daba alas a su inteligencia, a su habilidad y a su tenacidad, y Alicia acabó los deberes antes que de costumbre.
—Ya está, papi —dijo la niña, alargándole el cuaderno con una sonrisa serena y llena de expectación.

Jesús Maestro guardó con cuidado detrás de la espalda la criatura que escondía, revisó el cuadernillo minuciosamente, sonriendo satisfecho y orgulloso de tener a una hija tan lista y aplicada. Esbozando una gozosa sonrisa, dejó la libreta sobre la mesa y volvió a coger la promesa entre sus manos, con el mismo aire misterioso de antes.
—Bien, mi niña, tú has cumplido tu parte del trato y yo cumpliré la mía. Has de considerarte privilegiada, ya que no todo el mundo va a contemplar lo que verás tú ahora. De hecho, yo me siento afortunado por haberla encontrado, y también por poder compartir esta maravilla contigo.
Y sin más preámbulos, el padre de Alicia abrió pausadamente las manos, dejando que su hija contemplara lo que él consideraba la criatura más hermosa de todas. A medida que la iba viendo, los ojos de la niña se iban agrandando más y más mientras que la boca expulsaba una suave exclamación de sorpresa, rictus que ella pudo observar en el espejito que su padre le iba mostrando con la misma emoción que ella lo descubría.

Mun, the Beautiful Doll

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martes, octubre 03, 2006

El Lindo Inicio de la Amistad


- Perdona, ¿eres Virginia?
- No... - respondió ella, con expresión extrañada.
En efecto, no se parecía en nada a Virginia. La chica a la que había confundido era más alta y delgada, con los ojos oscuros y un cabello castaño, largo y anárquico. No se parecía en nada a Virginia, pero tal vez la asociaba a ella por su tez morena y por la alegría que destilaban su sonrisa dibujada en unos labios sensuales, carnosos y dinámicos, sus ácidas y simpáticas bromas, sus ojos de estrella. Cuando me respondió que no era ella, no lo hizo con un gesto hostil; más bien al contrario: su expresión era dulce y cálida, como considerando curioso aquel error, a la par que gracioso. Tenía voz la voz echa de música parnasiana y miel y cuando la oí hablar parecía que me invitase a un acogedor abrazo.

Virginia y ella no tenían nada en común. De hecho, si le tuviera que buscar algún parecido sería con Sherezade, por su piel dorada, su voz de algodón celestial, su cándida dulzura y la calidez que emaba su mirada del color del cacao, tan llena de luz, que destacaba en su rostro como dos diamantes en mitad de la arena mojada. Tal vez fue porque ya sentí su aura en el primer contacto, pero después de aquel "no..." que señalaba un error tonto, supe que había ángeles en la tierra. Y hermanas que no nacen del vientre de tu propia madre.

El lindo inicio de la amistad... ¿Te acuerdas?

Your beloved sister Mun

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domingo, octubre 01, 2006

Dafne o los pensamientos dios enamorado


¡Y yo que me reía del amor y ahora soy yo quien se encuentra atrapado en sus redes! ¡Si hace un momento me había reído de Eros y de su poder! Pero al ver a esta chica he sentido un flechazo en el corazón, dulce y doloroso a la vez, que nunca había sentido antes. Es increíble, no la conozco y en cuestión de segundos su inmensa belleza ha despertado en mí sensaciones que nunca había experimentado... Me acercaré y hablaré con ella, tal vez en su corazón también nazca este sentimiento que me está quemando por dentro y que me empuja hacia ella.

Se ha levantado, ya que ha notado mi presencia. Ahora la puedo observar mejor y descubro que es tan bella como había imaginado. No es una chica mortal, no; es una ninfa nacida del agua, de las que acompañan a mi hermana Ártemis en su corte. Contemplo, maravillado, su belleza atentamente. Me veo cautivado por la pureza y el esplendor de su rostro y por su graciosa figura que se insinúa bajo su túnica de seda. Sus rubios cabellos caen sobre sus hombros como la cortina de Eos sobre el cielo, y sus inmensos ojos azules, que me miran atemorizados, parecen haber atrapado toda la luz del cielo estival. Tiembla. Tiembla como la oveja que se ve acorralada ante el salvaje lobo. Mas yo no quiero asustarla, sino amarla. Se debe de creer que soy un molesto sátiro ebrio, o un basto leñador cegado por sus propios deseos libidinosos, pero mis intenciones son más puras. Yo sólo quiero estar con ella, que me ame como yo la amo, sentir la felicidad a su lado. La miro amigablemente y me acerco para decirle que no me tenga miedo, que no le haré daño. Pero ella no quiere escucharme. Presa del pánico, inicia, con la agilidad de una cierva joven, una carrera para huir de mí y de mi amor. Yo también corro, movido por mi amor, tan rápido como me permite mi fuerza divina.

¿Adónde vas, bella ninfa? ¿Por qué huyes de mí así? ¡Si no te haré daño! No soy ningún sátiro ni ningún hombre malvado que busca de ti tu cuerpo; soy Apolo, el dios de la música, del arte y de la belleza. ¡Es a mí a quien has enamorado! Soy hermano de tu señora, ¿qué mal querría yo para ti? Detente, ninfa, y escucha mis quejas amorosas, escucha como mi corazón virgen se derrite de amor por ti. No corras más, ninfa, que las crueles zarzas desgarran tu túnica y hieren tus piernas, esbeltas como las columnas de un templo; y cada herida que te haces me golpea el alma, dolida de amor por ti. No me rechaces, hermosa ninfa, ven a mis brazos, deseosos de ahogarte en ellos para confundir tu alma y la mía en una sola...

La he perdido. Ha desaparecido entre altas y hermosas hayas sin dejar rastro, salvo su mágico aroma a jazmines blancos... Incluso sus gritos de terror suenan agradables en mis oídos. Su belleza no mengua ni cuando se asusta. La amo, la amo, la amo... Y no dejaré de buscarla mientras esté enamorado de ella. ¡Ah, por fin! Ya la he visto. Está arrodillada delante de un río, chillando y llorando desesperadamente. Corro para atraparla, pero he llegado tarde.

¿Qué es esto? ¿Qué le pasa? Sus cabellos se convierten en hojas, verdes y tiernas, y una dura corteza envuelve su fabulosa figura, al mismo tiempo que sus pies se hunden en el suelo. Ahora ya no está; en su lugar sólo hay un árbol, un laurel que sólo conserva de ella su magnífico esplendor... Lo estrecho contra mis brazos y derramo sobre su corteza mis lágrimas desesperadas y los besos que no le pude dar cuando ella aún era una ninfa... Está viva, aún siento su respiración nerviosa y los fuertes latidos de su corazón, el corazón que no me quiso entregar. Y seguramente ella me siente a mí también, a pesar de que no puede hablar ni moverse, y mucho menos huir. El viento que vibra en sus ramas recuerda los gritos de terror que ella profería cuando huía de mí... Ni tan sólo sé su nombre, el nombre que necesito para tatuarlo en mi memoria para siempre.

Laurel, que seas tú el más sagrado de los árboles, porque has sido amado por mí, el divino Apolo, y recibe tú también mi juventud y mi inmortalidad: tus hojas nunca caerán, tu tronco se mantendrá erguido y robusto y siempre tendrás esta belleza deslumbrante; ningún hacha te cortará, del mismo modo que ningún arma me puede herir. Sé el dios de los árboles. Y, ya que no has podido ser mi mujer, serás mi fiel compañero: trenzaré con tus cabellos una corona que adornará mi cabeza, así como también adornarán mi túnica, mi lira y mi carcaj. Siempre te llevaré conmigo y siempre recordaré cuánto te amé y te sigo amando.

¡Ah, Eros! ¡No estabas equivocado cuando decías que tus flechas hacían mucho más daño que las mías! Cuando yo disparo, hiero el cuerpo de los humanos, pero cuando tú disparas hieres el corazón y el alma, que duelen mucho más, porque no hay mal peor que estar enamorado de alguien que te desprecia. ¡Qué daño me has hecho a mí, que desconfiaba de tus poderes! Pero me has hecho conocer un sentimiento maravilloso, el más noble que ningún dios o mortal pueda experimentar, y por eso te estoy tan agradecido. Has hecho de mí un ser nuevo, capaz de comprender cosas más bellas e importantes que la fuerza o el poder divino. Gracias, Eros, por derretir el caparazón de hielo que cubría mi corazón y por encender en éste la llama del amor. Ahora me siento más vivo y feliz, porque he sido capaz de dar mi alma por una persona, a pesar de que ella me rechazase. ¡Ah, dichoso aquel que ama y es correspondido! Y también aquel que lucha por la persona amada, aunque no obtiene nada, porque no espera nada a cambio... ¡Qué aflicción más dulce, la que provoca el amor! ¡Ah, Eros, si los humanos conocieran este sentimiento, bello y doloroso a la vez! Hiere con esta misma flecha a tantos otros mortales, que sufran la misma tortura amorosa que yo he sufrido, y que sus corazones tiemblen con esta rosa espinada.

Mun, the Heartbroken Doll

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