lunes, noviembre 29, 2010

La Época (I)


Érase una vez una era que decidieron no documentar, debido a lo poco creíble que fue. Era aquella época de la historia en la que existieron los elfos, aunque jamás se encontraron fósiles de éstos, cuando las carreras universitarias y profesiones se llamaban “clase” y cuando los orcos eran algo más que un humano muy feo.

Esa época no era una realidad paralela de los libros de fantasía y de los juegos de rol. Esa época realmente existió y fue condenada a ser censurada en los libros serios, porque era tan fabulosa que temían que los niños se la creyeran demasiado y organizaran una revolución para volver a ella.

Se la conocía como La Época.

La única religión oficial de La Época era el israelismo, en la que se adoraba a un dios único, por encima del bien, del mal y de lo neutral, llamado Isra, mucho menos opresor que Zeus, Hextor y que otros tantos. Isra sólo pedía tres cosas: que los hombres llevaran el pelo corto (las melenas eran una ordinariez que sólo servían para que los piojos tuvieran columpios), que no llevaran barba mayor de tres días (pinchan) y que una vez al día se le ofrendara una bebida con capacidades curativas y regeneradores asombrosas llamada cocacola.

Pues a este dios, Isra, estaba rezando un poderoso hechicero que vivía recluido en el bosque. Era un joven con ese aire misterioso que sólo pueden tener los hechiceros. Era moreno, y no se había dejado crecer el cabello no por creencia israeliana, sino porque si no parecería un aprendiz torpe que hubiera tratado de hacer experimentos poco seguros con el rayo. Tenía la piel blanca como la corteza de la luna, y vestía una túnica verde oscuro con la que se camuflaba entre los árboles.

Era delgado, como si le hubieran dibujado con sólo un par de trazos, pero no era una delgadez enfermiza, sino bien diseñada. Parecía un ser del aire, que con sólo una caricia de viento pudiera flotar. Sin embargo, aquella constitución era todo un hándicap en un mundo en el que combatir era algo tan común como tomar una caña en nuestros tiempos y por eso a este joven no le quedó otra opción que estudiar magia para sobrevivir.

Y era bueno en ello. Muy bueno. Aunque en sociedad negara siempre ser un hechicero.

Tal vez la joven que le espiaba tras un árbol debió informarse antes de las habilidades de este brujo. Si lo hubiera sabido antes, no se habría detenido a escuchar cómo suplicaba a Isra entre oraciones que le revelara el secreto de crear una Daga Poderosa a Dos Manos. Lo que no comprendía es que su dios no le concedería este deseo porque su barba bien recortada sobrepasaba por mucho los tres días reglamentarios.

Y tal vez la joven debería recordar que unas botas de cuero con tacón no son lo más silencioso del mundo.
-Espero que no seas una pícara, porque si no, menudo futuro... - le espetó el hechicero a la muchacha tras descubrirla.
Algunos dicen que el brujo utilizó algún hechizo silenciador para entorpecer la lengua de la chica, que de pronto no podía conectar dos palabras debidamente. Otros, que esto se debía a otra cosa más misteriosa y que mencionar aquí sería muy cursi.
-Bien, ¿qué quieres?
-Escondite. Estaba huyendo.
-¿Una chica? ¿Huyendo? ¿Hay bandidos y gente mala por aquí?
-Bueno, no son gente mala, malo es lo que les he hecho.
-¿La bandida eres tú?
-No, yo sólo soy bardo.
-Anda, qué cosas... - La mirada gatuna del brujo brilló con interés.
-...Y estaba actuando en una posada esta noche... y decidí pasar a mi especialidad, contar chistes.
-¿No utilizarías el Libro de Cristian?
La bardo tragó saliva antes de hacer la terrible confesión:
-Conté el chiste de “El Pan que Habla”.
El brujo ahogó un grito de horror. Aquello era casi peor que beber Pepsi en un templo de Isra.
-Es mejor que te refugies en mi guarida antes de que alguien te encuentre.
El hechicero vivía en una cueva en el que orden estaba trazado con tiralíneas. Los muebles estaban colocados a escuadra y cartabón y los frascos de pócima parecían estar en formación en las estanterías. Hasta la cama estaba hecha al estilo lifting.

A una distancia prudencial de la cama había un sofá que no tenía ni siquiera hoyo de asiento.
-Tú duermes ahí – señaló el hechicero con la autoridad de un templario.
-¿Cómo? ¿Así tratas a las chicas que subes a casa?
-De momento, sofá. Capaz eres de contarme en sueños “El negro que se tira del avión”.
-¡Pero si en esta época no existen los aviones!
-Me da igual. Yo quiero dormir con todas las neuronas.
La bardo se dejó caer en lo que sería su cama esa noche.
-¿Cómo te llamas? Mamá me dijo que no me metiera en casas de extraños.
-Croc.
-Qué bonito, suena a dragón... Saldrás en los cuentos graciosos que cuente la bardo Mun.

Mun

Este cuento va dedicado, una vez más, a esos señores tan encantadores que se pasan los domingos jugando al rol conmigo. Y a Cristian. Y a los chistes de Cristian.

Últimamente estoy muy perezosa para buscar ilustraciones, pero la única ilustración que puede acompañar a este texto sólo la puede hacer uno de mis roleros.

ACTUALIZACIÓN: Ya tenemos ilustración. Bardo no es uno de mis roleros, pero sí un ingenioso bardo de las imágenes y las palabras. ¿A qué sabrá la Orca-Cola?

Y sí, hay más partes, y TODOS esos señores encantadores salen.

domingo, noviembre 28, 2010

Domingo

Domingo sabe a hogar,
aspirina y colacao de las seis,
tecleos analgésicos para las distancias,
ropa que nunca sale de casa,
sofás combinados con manta y película o consola
y a ti.

Domingo sabe a deseo
de hacerse eterno
para que no deje pasar
el lunes de cerebros apagados
y tecleos frenéticos
que ansían el viernes de nuevo.


Mun, Sunday Doll

miércoles, noviembre 03, 2010

Un secretito

Voy a contarte un secreto, pero aunque lo leas aquí, no se lo cuentes a nadie.

Eres una persona maravillosa, de ésas que te devuelven la fe en la humanidad, aunque a veces dude de que eres humano. Pero nunca te lo he dicho a la cara.

Es una opinión sin más, acompañada de la alegría de haberte encontrado latir con corazón propio en esta ciudad de androides. No hay más intenciones detrás, y por esto nunca te he dicho que eres una persona maravillosa. En nuestra cultura la amabilidad sin segundas intenciones está prohibida.

No voy a decirte quién eres, aunque quiero que te enteres lo que pienso de ti sin que lo sepas.

¿Por qué?

Porque eres maravilloso y no lo sabes. Y si algún día lo supieras, dejarías de serlo.


Mun