viernes, septiembre 29, 2006

Elegía


Sola. Bajando por una calle oscura, sintiendo las gotas de lluvia como finas agujas sin color golpeando mi piel desnuda y recordándome tu ausencia. Parece que hasta el aire repite la misma pregunta que se hace mi alma desgarrada. ¿Por qué tuviste que irte? ¿Por qué me abandonaste? Sé que tenías que seguir la dura ley de Dios, de la naturaleza, que está escrita en las estrellas y en cada línea de la palma de la mano, pero tú no tenías que irte. No antes de verme acabar la carrera, de conocer a tus bisnietos. Verme cumplir a mí, tu nieta favorita, todos esos sueños que aún están en los plazos que trazo para un futuro que ni el más sabio puede predecir.

Y yo aún tengo en la boca el sabor amargo de aquel sueño en el que me decías adiós desde el carro que conducía Dios hasta su casa, ese sueño que se ejecutó como una fatal profecía. Y recuerdo el último adiós, aquel día en que te vi por última vez y comprendí el espacio tan ancho y tan estrecho que hay entre la vida y la muerte...

Y mientras te busco entre la lluvia, por si tú también bajas del cielo con ella. Te llamo mentalmente y espero una mínima señal tuya para saber que tu presencia sigue conmigo. Hace ya dos años que la parca Dama Oscura la apartó de mi lado, pero se descuidó de que puede separar a las personas pero no a sus almas.

La lluvia sigue golpeando mi frágil cuerpo, y yo soy consciente de que hace dos años que te fuiste, pero tu ausencia sigue hiriendo mi alma como un cuchillo frío, y al mismo tiempo ella se alegra al sentir el abrazo de tu espíritu que, desde la otra vida, vela por mí en la eternidad.

Mun, the Lonely Doll

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jueves, septiembre 28, 2006

Fantasma



No era lo más habitual tener ese tipo de conversaciones en un lugar tan frívolo como un bar, sintiendo los efectos del vodka con cola. Pero Rafa se empeñaba en seguir con el tema. En cambio, David se empeñaba a darle el toque frívolo, acorde con el ambiente ruidoso y alcoholizado.
—Que sí, que sí —repetía éste entre risas imparables.
—Me da igual que no me creas. Yo sé que he visto uno.
—Ya, ya. Creo que los porros te afectan.
—¡Joder, si sabes que ni fumo! Estaba bien despierto y fresco. Lo vi con mis propios ojos. Y no dejo de pensar en ello.
—Si lo sé, no vamos a ver esa peli. Rafa, tío...
A David casi le costaba respirar del ataque eufórico que le inspiró las creencias de su amigo. En cambio, a éste la vergüenza y la ofensa le estaban creando cierta incomodidad y desprecio a su amigo.
—Tú mismo, tío. Pero esas cosas existen.
—Ya, ya… ¿Y seguro que no llevaba una sábana blanca y una cadena atada?
—Mira, tío, déjalo… —concluyó el derrotado joven, algo avergonzado por dar esa imagen de “supersticioso” ante su amigo más íntimo— Después de todo, hemos quedado porque hacía tiempo que no nos veíamos ni hablábamos de nuestras cosas… Me dejaste bastante preocupado con lo de Vero… ¿Cómo estás?
—¿A esa zorra? Una puta como ella no se merece ni un segundo de mi pensamiento. Anda, tío, que me estoy rallando aquí sentado y tengo ganas de pillar algo, ¿has visto esas dos pavas de allí?

Cuando David llegó a casa, a eso de las cinco de la madrugada, se desplomó sobre el sofá con ganas de olvidar aquella noche desastrosa, en la que bebió, bebió y bebió mientras se burlaba de su sufrido amigo Rafa. Además, ni la chica más fea del local había respondido a sus demandas desesperadas de una compañera de cama para esa noche. Y todo aquello no le entristeció lo más mínimo, sino que lo enfurecía cada vez más dentro de su asombrosa embriaguez, que le hacía parecer un zombie hipnotizado y enloquecido. Decidió pasar aquel hechizo etílico en el sofá, con toda la ropa apestando a tabaco, vodka y ron. Y mientras la tormenta cerebral partía cualquier pensamiento lógico de su cabeza, David puso su mirada extraviada en el televisor. Quiso encerderlo para distraerse.

Pero ya estaba encendido.

Parpadeó incrédulo, pues no recordaba haber cogido el mando. Y aún le resultaba más increíble la imagen que había entrevisto durante unos segundos. Se incorporó de un salto y aquella imagen ya no estaba. Sólo la pantalla negra y muerta. Palpó, sin encender la luz, el sofá para buscar el mando. Cuando por fin dio con él y presionó el "play" (a pesar de que el nervioso temblor de su mano le dificultara la tarea), el televisor no se encendió. Y le había cambiado las pilas el día anterior.

Lanzó el mando contra el suelo, como quien echa de su lado a un esclavo incompetente, y se acercó tambaleante a la caja tonta. Buscó el "power" a tientas, con los ojos cerrados por un miedo ciego a verla de nuevo. Quería asegurarse de que no la había visto. Y cuando encontró el botón y lo apretó, los abrió de nuevo.

Ahora estaba encendido.

Oyó el chasqueo del monitor.

Abrió los ojos de golpe, pues quería encontrarse cuanto antes con una realidad lógica.

La realidad de verla de nuevo.

Si bien no era el Diablo lo que había visto, gritó como si así fuera. Huyó del comedor como quien huye de un arma de fuego amenazante, y fue al lavabo por instinto. Una parte de él le sugería que se lavase la cara para que el agua fresca le devolviera la lucidez.

Cuando levantó su rostro empapado, se topó con el espejo, desde donde ella le dedicaba una opaca sonrisa y una mirada de cristal. En un repentino ataque de pánico, se dejó caer contra la pared, tropezándose contra el retrete. Luego se retorció por el suelo, sollozante y gimiente, con un dolor de cabeza insoportable, como si tratara de librarse de algún demonio que luchara por apoderarse de su cuerpo.

Das pena.
Estoy alucinando. Me han tenido que meter algo en el alcohol.
Diciendo que te olvidaste de mí, cuando aún me sueñas.
Cuando mañana despierte, dejaré de verte.
Sabes que no. Cada noche es lo mismo.
¡Vete!
No. Tú me mataste.
Yo no te maté.
Sí que me mataste. Pero no te pudiste deshacer de mi alma.
No. Tú estás viva. Ayer te vio Rafa con tus amigas.
Sí. Y ojalá me hubiera visto contigo, ¿no?
No. Quiero que te vayas. No quiero verte más. Estás muerta para mí.
Por eso me sigo apareciendo. Porque no lo estoy.
Estás fuera de mi vida. Pero estás viva. No te maté. Tú tienes tu vida y yo la mía.
Me mataste en el momento que me obligaste a marcharme de tu casa. Me has estado matando durante los últimos meses. Cuando me ignorabas en casa. Cuando me humillabas delante de tus amigos. Cuando me insultabas. Y el golpe de gracia fue aquella bofetada. Y para mí se acabó todo. Pero para ti no.

David, desde el suelo, apretado contra la pared, con el helado sudor corriendo al ritmo de su corazón disparado, miró al espejo. Verónica lo miraba con aquellos ojos sesgados de los que él nunca supo decir el color. Pero esta vez eran unos ojos desprovistos de aquella docilidad y ternura ovejil que tanto caracterizaban a la muchacha; eran unos ojos llenos de vidriosidad sádica y acusadora.

Entonces, Verónica fue saliendo lentamente del espejo; primero la cabeza, luego los hombros, luego el resto del cuerpo... Era como un parto fantasmagórico y extraordinario, y a David lo iba aterrando cada vez más.

Hasta que aquellos ojos sesgados, vidriosos y sádicos, casi se hundían en los suyos. Y aún así, tampoco supo decir de qué color eran.

Para nada habría esperado Rafa que hubiera acabado de aquella manera. Tal vez en un accidente, por conducir bebido, o en cualquier pelea callejera. David había cambiado mucho en los últimos meses, se había vuelto muy temerario, muy prepotente y muy desagradable con sus amigos. Pero aún así él lo lloró en su entierro, con el sentimiento de culpa de no poder impedir aquel suicidio.

Vero tardó un par de semanas en saberlo y, de hecho, ni le importó. Cuando colgó el teléfono después de recibir la noticia, suspiró tranquila y aliviada, mientras el chico que estaba tomando café con ella la miraba extrañado.

Mun, the Goshtly Doll


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miércoles, septiembre 27, 2006

Molino

Molino, que en tus aspas
silenciosas abrazas
el recuerdo de mis años
que duermen en tu vientre,
esas vacaciones de antaño...

Molino, ventila de mi mente
los cuervos que me atan
y súbeme a tus aspas
para volar en el sueño
de la niña que fui, un recuerdo
que viene arrastrado
por la playa borrosa,
como un náufrago desamparado...

Molino, que en tus aspas
silenciosas cantas
los secretos de esa vida
que bailaba con la inocencia,
devuélveme el blancor
qe los ojos diáfanos en candor
y de los juegos en el bosque,
donde todos nuestros cuentos
se esconden.

Mun, the Windmill Doll



Windmill, windmill for the land, turn forever hand in hand...


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domingo, septiembre 24, 2006

Déjame



Déjame ahogar con mis manos

las penas que oprimen tu corazón,

para convertirlas en sonrisas

y hacer tu rostro brillar de amor.



Déjame raptarte para llevarte

a un lugar donde dos calles se cruzan,

donde los sueños por fin se escuchan,

donde el cielo empieza en el suelo.



Déjame mostrarte la vida

por el lado que ríe la alegría,

devolverte tus alas de ángel

lavadas de toda su sangre.



Tú y yo, solos en este laberinto;

tú y yo, ángeles desterrados

que añoran el cielo,

podemos escapar hacia un mundo distinto,

y volveremos a ser niños.



Voy a coronarte con una garlanda

hecha de flores de amaranto,

voy a llenarte las mejillas

de poesía escrita con caricias.

Le regalaré a tus oídos

canciones sobre humanos y elfos.



Y repararé tu sonrisa,

iluminaré de nuevo tus ojos...

si me dejas bucear en tu alma

para encontrar tu corazón,

herido de cruel abominación.

En mi pecho lo llevaré,

por siempre jamás,

sellado con un embrujo y un beso.



Déjame dormirme

bajo la magia de tu mirada;

llévame de la mano

por las sombras de la madrugada.


Mun, the Romantic Doll

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sábado, septiembre 23, 2006

Mi dulce pesadilla



Anoche creé mi dulce pesadilla
sobre las sábanas calladas,
porque una vez más
viniste como una infame melodía
a atormentar mi soledad acomodada.

Anoche creé mi dulce pesadilla;
te imaginé sobre la almohada
besando y acariciando a un fantasma,
cuya piel me sabía a la tuya,
cuya voz adormecía mi penumbra.

Anoche inventé mi dulce pesadilla
con la añoranza de tu cuerpo;
creí abrazarte tan fuerte
que te sentía dentro de mí;
en tu calor creía morir.

Anoche dormí con mi dulce pesadilla,
que me castigó con lágrimas heladas;
los azotes de tu ausencia,
la sangre de tu presencia apagada.
Y entonces me desperté
envuelta en mi dolor,
envuelta en mi sudor,
en medio de un grito.

Mun, the Sweet Nightmare Doll

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viernes, septiembre 22, 2006

La última respuesta

Mientras veía mi sangre brotar salvajemente por las heridas que ese sádico me había abierto durante toda aquella paliza, esa danza enferma y violenta, sentía que lo que más me dolía no era nada físico... Al igual que otros muchos de mi raza estaba condenado a acabar así en este país, así que toda aquella tortura no me sorprendía, pero no por ello dejaba de herirme. Y es que yo me negaba a acabar así, ya que me considero alguien fuerte, lleno de valor, de orgullo, capaz de poder llegar hasta donde yo quiera, sin que nadie escribiera el guión de mi vida por mí, porque siempre he querido sujetar la pluma yo.

Moribundo, en el suelo, miraba con odio el charco de sangre que se había formado debajo de mí. Todo me temblaba, todo me daba vueltas y yo no recordaba ni cómo me llamaba... Lo único que cruzó mi campo de visión carmesí era él, mirándome con indiferencia infinita, glorificándose de poder matarme, de tener en sus funestas manos el botón que decide el número de segundos en los que mi vida callaría para siempre.

Pero a mí me quedaba aún un pequeño aliento de vida, espoleado por el orgullo que me impedía poner ese fin a mi vida. Y por las almas de mis compañeros, que se evaporaron a manos de criminales como ése. Sólo porque nacimos distintos. Ese fue nuestro crimen.

Pero aunque seamos distintos, también tenemos sentimientos como los suyos. La venganza y el deseo de vivir hierven en nuestra sangre orgullosa, y es lo que nos hace responder a vuestra barbaridad. Y vosotros, hipócritas, decís que los sádicos somos nosotros...

Podéis decir que sólo soy un simple salvaje que se lo merecía, y que mi naturaleza me obliga a reaccionar así y que por eso merezco que me sacrifiquen... Pero yo lo que hice fue un último esfuerzo por conservar mi vida, y hacerle entender en su propio idioma a mi verdugo lo que él estaba haciendo conmigo y con mis semejantes.

Para eso sirvió el poco aliento de vida que tambaleaba por mis venas. Para levantarme tembloroso del suelo y darle al verdadero animal su premio con mi poderosa asta. Justo. En el estómago, perforando su estúpido traje de luces y su carne, tan sensible como la mía. Y por primera vez en toda la tarde la capea entera estalló en gritos de horror.

Mun, the Fighting Doll



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miércoles, septiembre 20, 2006

El primer amor

Siempre se había imaginado al amor como una visita inesperada, para la que hay que estar preparado en todo momento y así hacerle un recibimiento digno. Era una sensación comparable a la muerte en ese sentido, y así pudo comprobarlo aquel día, pues en aquel instante todo lo que lo atañía murió: el tiempo, sus ideas, su lógica, su ser.

Era aún muy joven cuando lo conoció, pero aquello no le impidió entender que el dulce dolor que empezaba a sentir era el flechazo del travieso Eros. Y no sólo se le rompió el corazón en su interior, sino también sus pensamientos y los esquemas que él ya había trazado sobre bases sólidas. Y es que él no esperaba que aquella visita tuviera forma de hombre; esperaba que se manifestara en el sexo contrario. Pero aquella belleza superaba cualquier inclinación sexual.

Sí; era una criatura tan sublime y perfecta que era imposible contemplarla sin sentir la magia que desprendía. Una magia transmitida por el perfume que irradiaban sus brillantes e hipnóticos ojos verdes, su sonrisa de marfil tallado con la delicada habilidad del que talla diamantes, sus cabellos ondulados y negros como una noche de amor eterna y sus suaves y vigorosas formas sin falla alguna. La demente sensualidad de aquel joven sobrenatural quedaba gravemente acentuada por la humedad del agua cristalina que lo envolvía, haciéndolo más deseable aún para el muchacho que lo observaba absorto.

Se quedó allí tumbado boca abajo, con los ojos fijos en él, con su alma bailando al son del delicioso hechizo al que aquel semidiós le había sometido. Su mirada se incendiaba a medida que pasaba las horas bebiendo sorbo a sorbo aquella imagen arrebatadora y provocativa.

Y fue al final de todo, cuando la pasión fue más fuerte que la cordura y la mera fascinación, cuando pasó. El chico se abalanzó contra su primer y único amor, para hacerlo suyo en un acto impulsado no sólo por los instintos, sino también por la soledad de su alma, pero lo que consiguió fue perderse en aquellas heladas aguas, sin saber nadar ni respirar con branquias, tan solo como había vivido. Ni siquiera supo apreciar la única compañía que tuvo en el último instante de su vida, que fue el amargo grito de Eco:
—¡Narciso!

Mun, the Doll in love



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martes, septiembre 19, 2006

El amor de Pablo

A pesar de que la historia era su asignatura favorita, la casual visión de la foto de ella en su agenda, al apuntar el día del examen, lo distrajo por completo. Se quedó mirándola fascinado durante el cuarto de hora de clase que le quedaba, recitando para sí cada centímetro de su hermosura, y soñaba despierto con la posibilidad de que un día acabarían juntos.

Muy pocos compañeros suyos lo sabían y ninguno lo aprobaba. Durante su amorosa y secreta oración, notaba alguna que otra mirada de escándalo burlón. Al principio le intimidaban un poco, pero con el paso del tiempo aprendió a ignorarlos.

Cientos de veces sus amigos le habían dicho, con seria preocupación, que estaba loco y que lo mejor sería que hablara con la psicóloga del colegio. "¿No ves que es un amor imposible?", le decían algunos. "Ella nunca se fijará en ti", le decían otros. "Ya se te pasará", le auguraban otros, esperanzados.

Pero Pablo hacía oídos sordos. Su amor era más fuerte que cualquier barrera física o lógica y, cuando no la soñaba, buscaba la forma de cumplir su sueño. Dejó su cabello, alzaíno y lacio, crecer a capa, con el flequillo ocultándole los ojos como si de un velo se tratase y vestía blusas blancas y pantalones oscuros de pinza, ya que sabía que a ella le gustaban los hombres así.

Aprendió el idioma de su amada como un autodidacta; nunca fue a una academia porque sabía muy bien que sus padres no se la pagarían. Devoró decenas de libros de gramática, cintas de autoaprendizaje, juegos de todo tipo, lectura de novelas, relatos e incluso poesía; todo para poder conversar con ella algún día, frente a frente y sin barreras de comunicación.

Y sí, todas las tormentas sacudían su viaje hacia la felicidad. Su amada vivía en un país lejano, era diez años mayor que él y su corazón pertenecía a otro hombre. Pablo había intentado olvidarla, fijarse en otras chicas más accesibles, pero no encontraba a ninguna que fuera ni la mitad de hermosa, ni la mitad de sabia, ni la mitad de mágica. Nunca se habían cruzado una palabra, pero él podía recitar de memoria todos los días de su vida. Su adoración le hizo empapelar las paredes de su cuarto con fotos y dibujos de ella, además de coleccionar la vida de ella en un caja de zapatos con la que dormía cada noche, besándola y acariciándola.

Todos esos fetiches le servían de consuelo durante la semana, hasta el día anhelado: el viernes. Nada más sonar el timbre a las 5, Pablo salía escopeteado del colegio para encontrarse con ella en el lugar donde sabía que siempre la vería. Por el camino, su corazón iba batiendo las alas con más y más vigor, pensando en que vería de nuevo esos grises ojos hipnóticos sobre el rostro de nieve, cuyo color de distinguía de la sonrisa por aquellos tiernos labios perfilados en carmín. Mientras aceleraba la carrera, Pablo se preguntaba qué secretos le guardaría y le revelaría esta vez, qué historias de dragones y samurais vivirá. Sólo el kioskero le comprendía al ver al muchacho coger el cómic con las manos temblorosas, y se enternecía de verlo estallar de alegría y besar en la portada a su princesa de papel.

Mun, the Doll


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lunes, septiembre 18, 2006

Bruja


Quería ser un duende que iluminara los corazones, y qué triste me siento al verme en esta hoguera, ardiendo en llamas como una bruja maligna y vil. Porque soy distinta, porque no soy una oveja que sigue al rebaño, sino la oveja descarriada que prefiere seguir otros caminos que no sean los que dicta el pastor. Porque mi piel de cristal, a través de la cual se ve mi corazón, no tiene cabida en este mundo de corazas y muros de metal, en el que todo el mundo se pone la misma coraza para que nadie vea su corazón y los demás sepan lo débil que es.

Pero a todo el mundo le gusta ver dentro de los caparazones de los demás, saber los secretos que esconden, y yo concedo ese deseo, porque no puedo cubrir mi piel de cristal, y mi corazón está a la vista de todos, como si lo hubiera puesto en el torreón más alto del castillo más majestuoso. Y yo creía tener el poder de desnudar a los demás de sus caparazones, de poder ver su corazón también. Pero un corazón oculto es más propenso a ser traidor, y así han hecho ellos, así me han ajusticiado y me han llevado a la hoguera maniatada, como a una insignifacnte bruja, dispuestos a quemarme en la hoguera de la soledad y la falsedad, sólo porque soy distinta.

Pero como un Fénix renaceré de mis cenizas y estas quemaduras serán las piezas de mi armadura, con la que pienso despertar de mi letargo mortal. Y seré la bruja que creasteis, si así lo deseáis, porque en toda alma blanca pueden nacer unas alas negras si se siembran, y sólo podrá ver a través de mi piel aquel que mi confianza merezca y toque mi corazón a través del muro flameado.

Mun, the Witch Doll
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domingo, septiembre 17, 2006

El Diablo en el espejo

Después de apurar el antepenúltimo cigarrillo del día, aquel placer nocivo que tanto le agradaba, Damián se colocó la camiseta negra y lisa, salió a coger su bicicleta y se dirigió, como cada noche, a casa de su mejor amigo. De su único amigo.

Por la calle la gente miraba recelosa al muchacho debido a su siniestro aspecto: desgarbado como un garabato, siempre vestido de negro, media melena no bien cuidada, grandes ojos marrones, hundidos y tristones. Pero a Damián lo que la gente pensara y dijera de él le traía sin cuidado, pues la indiferencia era parte de su filosofía, de su modo de vivir; un ángel rebelde que renegaba de una sociedad uniformada y superficial, programada como vulgares androides.

−Hoy has venido más tarde de lo normal −advirtió Sergio al abrirle, sin el mínimo enfado. Era un comentario sin más.
−Me he entretenido un poco, tío. Lo siento.
Sergio vivía solo desde los dieciséis años, lo cual no parecía importarle a nadie, ni a los vecinos ni a las autoridades. Él también estaba al margen de la sociedad, y ésta tampoco le aceptaba.

Después de cenar gustosos un par de pizzas mientras compartían emocionantes partidas en la videoconsola, los dos amigos se dispusieron a filosofar un poco, como cada noche, acompañados por sus pitillos, sobre los temas que más les apasionaban. Y no eran el fútbol y las chicas.
—Leí que para la ouija se necesitan como mínimo cuatro personas —comentó Damián en tono un tanto erudito—. Los espíritus no perciben masas energéticas menores. Por eso tú y yo solos no podemos jugar.
—Pues mira que a mí me gustaría conseguir un tablero, no creas. Estoy seguro de que en el pueblo hay más gente de nuestro rollo. Pero no lo sabemos porque nos pasamos todas las noches aquí en mi cuarto.
—¿Acaso no te gusta que venga a verte?
—No es eso, tío. Sabes que me gusta que estemos juntos, porque eres como mi hermano, joder. Pero podemos salir a ver si hay más peña como nosotros. Me niego a pensar que todos son unos putos borregos que sólo se preocupan por no salirse del rebaño.
Damián dio una larga calada a su cigarrillo, observó curioso a su amigo y a su afán de conocer “gente decente”, como él la llamaba. Pero le atraía más el tema de antes:
—Pero, Sergio, tío, te juro que esos juegos me vuelven loco…
El chico lo miró serio, como censurándole:
—No llames “juegos” a esas cosas.
—No, no. Lo sé, tío. Pero ya me entiendes —entonces cambió su tono frío y habitual a uno más excitado— ¿Sabes? Me encantaría jugar a la ouija, a ver si de verdad hay algo al otro lado.
Sergio, que estaba recostado en la cama sobre el codo, se incorporó de un bote y se quedó sentado sobre sus rodillas justo delante de Damián, clavando su opaca mirada en los ojos de su amigo.
−¿De verdad te molaría?
Damián le miró con cierto temor, pues nunca había visto brillar tanto los inexpresivos ojos del chico.
—Sí… Sabes que creo en esas cosas… pero nunca he podido probarlas, porque no tengo ouija.
—No hace falta una ouija para comprobarlas —le corrigió el muchacho−. Con lo que tienes en casa lo puedes hacer. En el día adecuado.
—¿Qué dices? —se interesó Damián, sorprendido.
—¡Damián, tío, pareces nuevo! —rió Sergio sin mala intención—. ¿Nunca has leído un libro sobre espiritismo? Yo sí, tío, y te juro que acojona.
—¿Tú…?
Sin dejarle hablar, Sergio explicó con cierto fervor entusiasta:
—No hablo de leyendas urbanas como las de Verónica o Candyman, ya que de eso hay cincuenta mil versiones y jamás se podría averiguar cuál es la verdadera, a menos que te tires cinco horas delante del espejo comprobando cada ritual. Pero hay uno que funciona de verdad. Y es para ver al Diablo.
—¿Al Diablo? —Damián no pudo evitar sobrecogerse ligeramente, al mismo tiempo que sentía una curiosidad insana y un deseo ardiente que le pellizcaba.
—Sí, tío. Lo que has de hacer es esperar a Nochevieja. Mira que no queda tanto, que estamos a día 20. Entonces antes de las campanadas te preparas delante del espejo con doce velas y cierras los ojos, esperando a la octava campanada. Y justo, justo en ese segundo abres los ojos, porque sólo entonces podrás verlo.
El fantasma de la incredulidad nubló la expresión de Damián.
—Sí, hombre.
—Te juro que sí.

Después de aquella noche, Damián esperaba como loco que llegara Nochevieja, algo insólito en él, ya que odiaba la Navidad y todo lo que ella conllevaba. Cualquier síntoma de consumismo, lo que él consideraba la enfermedad del planeta, le ponía enfermo. Pero ahora que sabía que además era la fecha ideal para una experiencia anhelada, deseaba como nunca la llegada de los villancicos, Papá Noel y los centros comerciales iluminados.

Aquel 31 de diciembre no tenía nada de espectacular. Damián se encontraba, como cada año (más por obligación que por tradición), en la misma mesa con la misma familia comiendo la misma comida y hablando de los mismos temas banales. Él se mostraba ausente en todo momento; sólo abría la boca para responder con monosílabos a las preguntas impertinentes de sus tíos y sus primos, y luego generaba en ellos la idea de ser un niño soso.

Cuando las agujas del reloj se acercaban a las doce menos diez, Damián se excusó alegando que no se encontraba bien (lo cual no era mentira del todo) y que, por lo tanto, se iba al baño. Sin que nadie lo viera, ya que todos estaban muy ocupados con las risas falsas y los interrogatorios a los jóvenes de la familia, el chico sacó de su caja de objetos varios una colección de doce velas y las dispuso poco a poco sobre el mármol del baño, delante del espejo, al cual dirigía de vez en cuando devotas miradas. Después de cerrar la puerta, apagar la luz y encender las velas con su inseparable mechero, Damián cerró los ojos, excitado por saber cómo era Lucifer, y esperó a las campanadas. Finalmente, el momento esperado llegó. El muchacho hizo caso omiso de la remota voz del famoso presentador que anunciaba las campanadas desde el salón. Sólo le interesaba oír el sonido sencillo y elegante que daría luz verde a su ritual. Y, finalmente, ensordeciendo los potentes latidos de su corazón:
¡Ding-ding-ding-ding-ding!
Silencio corto.
Ton…
Ton…
Ton…
Ton…
A la octava campanada, con el corazón desbocado, Damián abrió los ojos, encontrándose con la repentina decepción. Lo único que le devolvió el espejo era su lastimosa y siniestra imagen. Nada más. Esperó un poco, pensando que tal vez tardaría un poco en aparecer. Pero nada. Desilusionado como pocas veces en su vida, Damián encendió la luz, apagó las velas y lo recogió todo. Se quedó en su habitación, con la caja de objetos varios sobre su regazo y mirando al vacío con cierto rencor dirigido a Sergio. “Me ha mentido”, se dijo. “No hay ningún demonio. O si lo hay, no sabe ni cómo invocarlo”.

Después de despedirse de su familia con desgana evidente, se volvió a meter en su cuarto. No le apetecía para nada salir, ya que esa noche salía todo el mundo y lo único con que se encontraría sería con las masas poseídas por el alcohol, las drogas y la convención de que una Nochevieja sin salir no es una despedida del año en condiciones. Pensó en ir a ver a Sergio, como todas las noches, pero tampoco le apetecía, porque se vería obligado a contarle lo decepcionado que estaba con sus conocimientos sobre el inframundo y el Más Allá y sobre cómo contactar con ambos. Además, detestaba la sola idea de atravesar multitudes de androides ebrios de champán, coches desgastando el cláxon e hipócritas gritando “Feliz Año Nuevo”. Así que se puso el pijama y se fumó el último cigarrillo del día tumbado en la cama, aquel placer nocivo que tanto le agradaba. Poco a poco, mientras ordenaba sus pensamientos, una sonrisa de satisfacción, alegría e ironía cruzó el pálido rostro de Damián. Sí que había visto al Diablo en el espejo. A su Diablo. Y era desgarbado como un garabato, siempre vestido de negro, media melena no bien cuidada, con grandes ojos marrones, hundidos y tristones.

Mun, the Devilish Doll

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Empezando una nueva ¿vida?


Seguramente no soy la primera. Seguramente en Blogger hay otros tantos miles como yo, que vinieron huyendo de la tiranía de MSN Spaces. En mi caso no fue más bien que me censuraran, sino que sus cambios me afectaron negativamente. La gracia de un blog es poder compartirlo, y MSN me impedía esto. Así que voy a hacerme otro escondite, en el cual sus visitantes puedan escuchar los susurros de las rosas...
Un beso a todos,
Mun, the Doll