Nada más despertar, se gira y la descubre a su lado. La había estado buscando durante semanas, con la desesperación de quien busca un anillo que, de repente, le ha desaparecido del dedo. No fue fácil localizarla en el caos de su casa, reflejo del orden anárquico de su interior.
La ve a su lado, echada entre las páginas del cuaderno que dejó caer sobre el colchón antes de rendirse al sueño. Le resulta tan pequeña y delicada que no entiende cómo puede soportar el peso de sus grandes alas de mariposa. Y mucho menos, cómo puede levantarlas y volar. Tal vez por eso ella intenta recuperar el aire, sobre el cuaderno de páginas vírgenes. Inhala tales cantidades de aire que él teme que su diminuto cuerpo no las soporte. Su hermoso rostro, petrificado en una mueca grotesca, adquiere la tonalidad del mármol añejo.
-¡Musa! ¿Estás bien?
Su tos extasiada es la única respuesta. Se convulsiona como un pez sacado del agua. Con el índice, él le presiona el pecho a cortos intervalos, en los cuales ella expulsa todo el agua que oprime sus pequeños pulmones. Luego, la toma entre las manos, con la delicadeza que merece ser tratado un ser como ella.
-¿Estás bien? -repite con preocupación desesperada.
-Un poco mejor... Es que he volado mucho, ¿sabes? He estado buscando lugares, personas e historias de las que alimentarme y no he encontrado nada. He estado en otros países, en bibliotecas, cines... sólo para buscar alguna idea que contarte y nada...
-Musa...
-Luego me fui al mar, donde muchos dicen que me encuentran, y quise impregnarme de él, pero sólo conseguí ahogarme...
-Musa... Mi Musa, estás calada...
-Siento haberme ido así, sin decirte nada...
-No pasa nada. Otras veces te has ido a recuperar energías y has vuelto llena de fuerza. No pasa nada, Musa...
-Tengo frío...
-Lo sé, pequeña, ven aquí...
A falta de no poder abrazarla como abrazaría a un amigo humano, la lleva con suavidad al pecho, mientras le acaricia la cabeza y las alas. Entonces nota como, poco a poco, va desapareciendo a través de la camiseta del pijama y del pecho, hasta sentir un peso en el corazón. Una cálida sensación de armonía nace de éste y se extiende por las venas del joven.
-A partir de ahora viviré aquí -anuncia Musa-, ¿me puedo alimentar de tus sentimientos?
Y él acepta llevarla siempre consigo. Entonces, rebosante de ilusión y energía, toma el cuaderno, se sienta ante el escritorio y deja fluir un bello poema a través del bolígrafo. Tal vez, el mejor poema que ha escrito nunca.
Mun, la Duendecilla
CuentacuentosDedicado a Klover, que ha estado buscando mi cuento por tierra, mar y aire, y a una persona muy especial, para sus bajones de inspiración.
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Imagen:
BlueOne, de Millaa