Mun se despertó a una hora en la que el sol no despunta, sino que hace su presencia más que evidente y acaba de sacar a los más remolones de la cama, cuando no cuentan con una madre cerca que se invente la hora. En la mesa que estaba situada en paralelo al sofá había dos tazas con una especie de brebaje de color marrón, sobre el que unos grumos se resistían a disolverse.
-¿Eso es colacao? – preguntó la bardo al hechicero, que hacía poco que se había levantado para dejarse aún las legañas puestas.
-Sí, el alimento fabricado por los enanos castigados por Isra, que revitalece la fuerza y el maná.
Si había algo que el gran Isra odiara más que la pepsi, eran los enanos. Incumplían con la genética la norma de la barba de los tres días y sus cuerpos tan malhechos parecían figuras diseñadas por un borracho. Todo ello generaba una visión tan incómoda que, para evitar tenerlos a la vista, Isra decidió castigarles en las profundidades fabricando deliciosos productos con los que compensar su ignominia.
-Ah, ahora entiendo por qué tienen esas rocas indestructibles flotando.
El hechicero miró a la bardo ofendido.
-Son grumos y están muy ricos.
-Con nesquik esto no pasa.
Nesquik era un brebaje que también revitalizaba la fuerza y el maná, fabricado por los elfos que envidiaban la artesanía de los enanos. Sin embargo, la delicadeza élfica no encontró rocas indisolubles en leche, y sí un sabor adictivo y mejorado.
-¿¿¿NESQUIK??? ¡EN MI GUARIDA SE TOMA COLACAO!
-A mí, en casa, me dan Nesquik – protestó la joven.
-¿A que te delato a los que te persiguen y te llevo ante las autoridades por lo de “El Pan que Habla”?
La bardo se tomó el colacao sin rechistar, a pesar de que le costó digerir los grumos, acompañado de unas galletas que llevaban manual de instrucciones incluido para abrirlas y lamer la nata de dentro.
-¿Me acompañarías en una misión? –le preguntó Croc mientras disfrutaba de una de esas galletas.
-Soy muy floja.
-Bueno, siempre es gracioso y útil contar con un bardo…
-Mareo las armas antes de atacar.
-Eso lo hemos hecho todos…
-Y soy más ruidosa que unas maracas.
-¡El caso es poner excusas!
Entonces el hechicero miró a Mun muy fijamente, pestañeando a la velocidad de un vendaval, y no diré qué clase de hechizo usó, pero el caso es que la joven finalmente aceptó.
Mientras tanto, en un lugar lo suficientemente alejado de la guarida de Croc como para trasladarse a caballo, un par de encapuchados llamaron a la puerta de una humilde casa. Les abrió un joven con voz de barítono, cabello tan corto y cuidado como su perilla, piel bronceada y vestido con una prenda que servía tanto para dormir como para estar en casa sin escandalizar (demasiado) al resto de ocupantes llamada bermudas. El chico sonreía con seguridad y picardía mientras se palpaba el abdomen, para captar la atención de sus visitantes en aquella musculatura que el pueblo espartano (un poco anterior a La Época) envidiaba.
-¿Qué queréis? – saludó tras un amistoso bostezo.
-Buscamos al Gran Javi, el Maestro Armero y Gran Enciclopedia Histórica.
-Pues no le conozco.
-En el buzón pone que sois hermanos.
-Ah, coño, Javi, esperad que le llamo.
El joven se volvió hacia el interior de la casa y llamó con la mitad de su potencia pulmonar:
-¡JAVI!
Sólo respondió el silencio.
-¡JAVI! ¡JAVI, COÑO!
El joven se dirigió a los encapuchados.
-Perdonad, es que a veces hace viajes astrales a la dimensión paralela Warrohammer y se desentiende de este mundo.
Se metió en la casa a buscarle para descubrir que su hermano no estaba. Con la vergüenza de no poder atender a los encapuchados en condiciones, volvió a la puerta.
-Ha salido – informó con calma.
-Lo que pasa es que no se quiere poner.
-No, que ha salido.
-¿Cuándo?
-Pues no sé, a lo mejor esta mañana. O lleva fuera toda la semana. Y yo qué sé.
-¿Y no sabías que no estaba?
-No.
¿No vivís los dos juntos?
-Sí.
-…Y dormís pared con pared.
-Claro. No querrás que durmamos aún juntos, que tenemos una edad los dos.
-¿Tú te crees que estamos jamaos?
En La Época la gente solucionaba los problemas como en la época actual: a tortas. Aunque eran unas tortas mucho más dignas, en las que se cuidaba algo que se perdió hace tiempo llamado honor. Era muy habitual arreglar cualquier asunto con un buen combate, desde el regateo sobre precio del pan, como la venganza por la muerte de un padre. Y estos señores encapuchados, que sólo querían arreglar el tema del paradero de Javi, desenvainaron sendas espadas.
-A ver, que a mí no me van esas cosas – se defendió el chico –. Que me llamo Albertónidas porque mi abuelo se empeñó, no por otra cosa, pero yo soy más de diplomacia, de hablar, de hacer las cosas como un adul…
-Entonces dinos dónde está Javi.
-¡Que no lo sé! Pero decidme qué queréis y a lo mejor os ayudo yo. Y de paso, cobro yo el botín, que nunca me viene mal.
-Hemos venido a que nos haga unas armas y nos las pinte.
Albertónidas esbozó una sonrisa tranquila.
-Pero eso yo también puedo. Es oficio de familia.
-¿Nos dejas pasar entonces?
-Después de haberme intentado matar.
-Venga, hombre, que era broma. Ya no lo volvemos a hacer.
-Vale, pero guardáis las espadas y os descubrís las caras.
-Si tú te tapas el cuerpo.
Albertónidas hizo pasar a los visitantes con un suspiro.
Mun, the Bard Doll
Dedicado a Croc, a Isra, a Albertónidas y a Javi, que no le he cambiado el nombre porque si no lo de "¡JAVI, COÑO!" no tendría gracia. Y sólo tendrá ilustración si uno de ellos la hace.