martes, febrero 27, 2007

Sangre (II)




Y aquella misma mañana, una vez más, Valeria cumplía su misión.

Al ser la primera en llegar a la sala de extracciones, se las arreglaba para ser ella la que llamara a la joven y así poderle sustraer la sangre con el ritual necesario, ayudada por trampas basadas en el despiste ajeno y el ajetreo del personal de enfermería. Así, cuando llegaban las demás compañeras, Valeria salía a la puerta y empezaba a llamar a los pacientes. Siempre dejaba entrar a unos pocos antes que a ella, para así mantener ocupadas a sus compañeras y llevar a cabo su tarea.

Al oír su nombre, Laura se levantó y fue hacia Valeria. Cuando se tenían frente a frente, la enfermera fingía en su mirada una ausencia de reconocimiento total, mientras se percataba de que la paciente tenía una memoria excelente. Tú eres la que me pinchó el mes pasado, pudo leer en aquella mirada temblorosa y adormilada. No obstante, la muchacha silenciaba la sospecha de aquella certeza achacándola a la casualidad.

Después de tres análisis en menos de seis meses, Laura conocía el ritual por completo. Se quitó la chaqueta del chándal, la dejó sobre el respaldo del sillón, se sentó y se subió la manga de la camiseta. Mientras Valeria le apretaba el brazo con una banda de goma, la chica apartó la mirada de la escena. Detestaba la sangre, especialmente cuando se trataba de perderla, por poca que fuera. Además, era muy sensible al dolor, y una parte instintiva de ella siempre le decía que si no lo veía, el pinchazo dolería menos. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Mientras le marcaba el terreno en el antebrazo con algodón empapado en alcohol, Valeria observaba a la muchacha. Podría haber sido una vampiresa perfecta. Sus tirabuzones azabaches se extendían frondosos hasta los hombros, enmarcando un rostro níveo. Valeria pensó que había mujeres mucho más hermosas que ella, a las que Ángel podría haber accedido sin miedo al rechazo, pero la había escogido a ella. Cuando una criatura de la noche encuentra unos labios llenos de luz, como los de ella, arde en deseos de absorber esa sonrisa a besos.

Mientras la aguja se hundía en la exprimida vena de Laura, ésta apretó los dientes en un silbido que pretendía disfrazar el leve dolor. Había sentido ese dolor delgado y agudo en muchas ocasiones, pero cada vez que regresaba ella se estremecía como si fuera la primera vez. Es lo que tiene el sistema nervioso. Su falta de memoria.

Segundos después Valeria extrajo la inyección rebosante de líquido rojo y brillante, dejando paso a otro copo de algodón que ajustó con un esparadrapo. Laura se apretó el algodón como si temiera que se disparara el surtidor. Esbozó un "gracias" con una rápida sonrisa y se apresuró a salir de allí cuanto antes, ávida por un colacao recién calentado y por unos brioches recién horneados, que le otorgaran la sensación de calidez que a veces extrañaba, como si alguien ajeno a ella se la hubiera robado.

Valeria, por su lado, descargaba el contenido de la aguja hipodérmica en dos botes, cubriendo con su cuerpo lo que estaba haciendo. Marcó uno de los botes con la etiqueta del nombre de la chica, mientras que el otro se lo guardaba en el bolsillo. Desde fuera, parecía algo corriente. Las primeras veces la enfermera podría haberse delatado con las miradas huidizas que dedicaba a sus compañeras, pero con el paso del tiempo adquirió la destreza de la ladrona celestina en la que Ángel le había convertido.

Y justo en ese momento, vio una chaqueta de chándal sobre el respaldo del sillón. La reconoció y sonrió con picardía, pensando que dentro de unos días Ángel tendría un regalo extra.

Mun, the Bloodstolen Doll

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Imagen: 1-14, de Bellz

viernes, febrero 23, 2007

Sangre (I)


El silencio de la noche fue su aliado en todas y cada una de sus escapadas. Se movía entre las sombras como si él y el viento fueran el mismo ser y, a pesar de no haberlo intentado nunca, podría pasar desapercibido en mitad de una feria infantil si quisiera.

Sin embargo, él prefería la noche y la soledad. No por el peligro que representaría si alguien le descubriera, sino por la timidez tras la que se agazapaba su persona. Sobre todo, era muy importante que ella no le viera. Si alguna vez ella adivinaba el secreto, le rechazaría por miedo a la especie a la que él pertenecía, o bien le asesinaría sin más.

-¿Por qué no se lo dices? -le sugirió un día Valeria.
-Porque me va a decir que no.
-Si no se lo dices, no lo vas a saber nunca.
-Sabes mejor que yo que me dirá que no.
-Porque no te conoce como yo. Entonces no tendrías que hacer estas escapadas hacia aquí. Pienso que deberías dejar que ella te viera. Así podrías demostrarle mejor lo que sientes.
-¡No!
-Bueno, como quieras. Yo te seguiré guardando el secreto.

Lo único que tenían las guardias nocturnas de Valeria era que así podía verse con Ángel y disfrutar de su compañía. En aquel purgatorio blanco se sentía sola, incluso cuando estaba en compañía de otras personas. Los médicos la trataban como una sirvienta de segunda clase, los pacientes la consideraban un robot con bata cuyas funciones eran poner inyecciones, quitar y poner vendas y curar heridas. En cuanto a sus colegas de profesión, éstos hablaban con ella sólo cuando era imprescindible, y es que una chica que sintiera fascinación por el Diablo, la noche, los vampiros y los rituales satánicas era poco aceptada en la sociedad.

Y dicha fascinación la llevó hasta Ángel.

Aquel muchacho era el único que la comprendía. Un pozo al que ir a susurrar todas sus cavilaciones, aflicciones, alegrías. Un pozo cuya agua regalaba a su querida Valeria unas horas de compañía y felicidad. El único que sabía que el secreto mayor guardado de Valeria era su sonrisa. Tal vez por ello a ella no le importaba hacerle el favor de unir una guardia nocturna con una jornada diurna, sólo para ser la emisaria camuflada entre Ángel y la chica que amaba.

Mun, the Night Doll

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Este relato es una inciativa de El Cuentacuentos

domingo, febrero 18, 2007

El rey destronado


Te preocupan las agujas. Su marcha silenciosa, decidida y sin pausa a través de esa esfera de cristal. Te preocupa pensar que donde antes había una niña, ahora hay una mujer. Añoras el llevarla de la mano al colegio, el tener que sacar una hora de tu tiempo libre para recrear historias de muñecas y nenucos, o desvelarte para contarme una nueva versión de Blancanieves.

Temiste la llegada de la decena rebelde, pero también su fin. Te lamentas de no haberte sentado conmigo en el tejado para indagar en mi indocilidad, ponerte la piel de mi corazón verde y perturbado y comprender que problema y tontería a veces llegan a ser sinónimos desde otro punto de vista.

Habrías pactado con Cronos encerrar el crecimiento en un diminuto cuerpo sin curvas, redondo y con un rostro curioso y maravillado. Sin embargo, un ocho de cristal sigue engullendo la arena hacia su vientre mientras te aferras a tu trono, pensando que un nuevo inquilino en mi corazón te lo arrebate.

Pero el amor es demasiado complejo y misterioso para reducirlo sólo a la familia, y ningún príncipe podrá sustituir al rey que ha estado presente en cada hora de mi vida; el que me enseñó a sostener y a usar un lápiz o un bolígrafo, el que se sentaba a ver los dibujos conmigo. Aquel rey que me tendía la mano cada vez que me caía y que se rompía la espalda para asegurarme un plato en la mesa y el mejor aire que respirar. Aquél que pondría el mundo a mis pies, si en sus poderes estuviera. Ese rey que se abraza al trono rogando a un implacable reloj que deje su monótono canto.

Ese rey sabe que siempre será mi hombre preferido, ¿verdad?


Mun, Daddy's Doll

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lunes, febrero 05, 2007

Alcohol barato




Abrázame en papel. Sé un cordero disfrazado con piel de lobo. Invéntate un nombre que después pueda olvidar. Te llamaré como a él.

Y no me mires a los ojos. No podrás conocerme.

Haz que tu saliva sea la mía. Sólo por unas horas de morfina. Quiero olvidar mi suicidio.

Y no me mires a los ojos. No me arranques el antifaz.

Desnuda sólo mi cuerpo. Dime que te gusta lo que ves. Pero no me quites la ropa que hay debajo de mi piel.

(Soy hermosa. Haz que me lo crea.)

Sacude mis muslos con la furia exquisita de tu instinto prohibido. Aráñame los huesos hasta hacerme enloquecer con una fascinación ilusoria de la bendición que nunca recibí.

(Me quieres. Haz que me lo crea.)

Bésame. Tócame. Acaríciame. Empújame.

Pero no te enamores de mí.

No voy a mirarte a los ojos.

Sólo eres alcohol barato.


Mun, the Heartless Doll

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