jueves, septiembre 28, 2006

Fantasma



No era lo más habitual tener ese tipo de conversaciones en un lugar tan frívolo como un bar, sintiendo los efectos del vodka con cola. Pero Rafa se empeñaba en seguir con el tema. En cambio, David se empeñaba a darle el toque frívolo, acorde con el ambiente ruidoso y alcoholizado.
—Que sí, que sí —repetía éste entre risas imparables.
—Me da igual que no me creas. Yo sé que he visto uno.
—Ya, ya. Creo que los porros te afectan.
—¡Joder, si sabes que ni fumo! Estaba bien despierto y fresco. Lo vi con mis propios ojos. Y no dejo de pensar en ello.
—Si lo sé, no vamos a ver esa peli. Rafa, tío...
A David casi le costaba respirar del ataque eufórico que le inspiró las creencias de su amigo. En cambio, a éste la vergüenza y la ofensa le estaban creando cierta incomodidad y desprecio a su amigo.
—Tú mismo, tío. Pero esas cosas existen.
—Ya, ya… ¿Y seguro que no llevaba una sábana blanca y una cadena atada?
—Mira, tío, déjalo… —concluyó el derrotado joven, algo avergonzado por dar esa imagen de “supersticioso” ante su amigo más íntimo— Después de todo, hemos quedado porque hacía tiempo que no nos veíamos ni hablábamos de nuestras cosas… Me dejaste bastante preocupado con lo de Vero… ¿Cómo estás?
—¿A esa zorra? Una puta como ella no se merece ni un segundo de mi pensamiento. Anda, tío, que me estoy rallando aquí sentado y tengo ganas de pillar algo, ¿has visto esas dos pavas de allí?

Cuando David llegó a casa, a eso de las cinco de la madrugada, se desplomó sobre el sofá con ganas de olvidar aquella noche desastrosa, en la que bebió, bebió y bebió mientras se burlaba de su sufrido amigo Rafa. Además, ni la chica más fea del local había respondido a sus demandas desesperadas de una compañera de cama para esa noche. Y todo aquello no le entristeció lo más mínimo, sino que lo enfurecía cada vez más dentro de su asombrosa embriaguez, que le hacía parecer un zombie hipnotizado y enloquecido. Decidió pasar aquel hechizo etílico en el sofá, con toda la ropa apestando a tabaco, vodka y ron. Y mientras la tormenta cerebral partía cualquier pensamiento lógico de su cabeza, David puso su mirada extraviada en el televisor. Quiso encerderlo para distraerse.

Pero ya estaba encendido.

Parpadeó incrédulo, pues no recordaba haber cogido el mando. Y aún le resultaba más increíble la imagen que había entrevisto durante unos segundos. Se incorporó de un salto y aquella imagen ya no estaba. Sólo la pantalla negra y muerta. Palpó, sin encender la luz, el sofá para buscar el mando. Cuando por fin dio con él y presionó el "play" (a pesar de que el nervioso temblor de su mano le dificultara la tarea), el televisor no se encendió. Y le había cambiado las pilas el día anterior.

Lanzó el mando contra el suelo, como quien echa de su lado a un esclavo incompetente, y se acercó tambaleante a la caja tonta. Buscó el "power" a tientas, con los ojos cerrados por un miedo ciego a verla de nuevo. Quería asegurarse de que no la había visto. Y cuando encontró el botón y lo apretó, los abrió de nuevo.

Ahora estaba encendido.

Oyó el chasqueo del monitor.

Abrió los ojos de golpe, pues quería encontrarse cuanto antes con una realidad lógica.

La realidad de verla de nuevo.

Si bien no era el Diablo lo que había visto, gritó como si así fuera. Huyó del comedor como quien huye de un arma de fuego amenazante, y fue al lavabo por instinto. Una parte de él le sugería que se lavase la cara para que el agua fresca le devolviera la lucidez.

Cuando levantó su rostro empapado, se topó con el espejo, desde donde ella le dedicaba una opaca sonrisa y una mirada de cristal. En un repentino ataque de pánico, se dejó caer contra la pared, tropezándose contra el retrete. Luego se retorció por el suelo, sollozante y gimiente, con un dolor de cabeza insoportable, como si tratara de librarse de algún demonio que luchara por apoderarse de su cuerpo.

Das pena.
Estoy alucinando. Me han tenido que meter algo en el alcohol.
Diciendo que te olvidaste de mí, cuando aún me sueñas.
Cuando mañana despierte, dejaré de verte.
Sabes que no. Cada noche es lo mismo.
¡Vete!
No. Tú me mataste.
Yo no te maté.
Sí que me mataste. Pero no te pudiste deshacer de mi alma.
No. Tú estás viva. Ayer te vio Rafa con tus amigas.
Sí. Y ojalá me hubiera visto contigo, ¿no?
No. Quiero que te vayas. No quiero verte más. Estás muerta para mí.
Por eso me sigo apareciendo. Porque no lo estoy.
Estás fuera de mi vida. Pero estás viva. No te maté. Tú tienes tu vida y yo la mía.
Me mataste en el momento que me obligaste a marcharme de tu casa. Me has estado matando durante los últimos meses. Cuando me ignorabas en casa. Cuando me humillabas delante de tus amigos. Cuando me insultabas. Y el golpe de gracia fue aquella bofetada. Y para mí se acabó todo. Pero para ti no.

David, desde el suelo, apretado contra la pared, con el helado sudor corriendo al ritmo de su corazón disparado, miró al espejo. Verónica lo miraba con aquellos ojos sesgados de los que él nunca supo decir el color. Pero esta vez eran unos ojos desprovistos de aquella docilidad y ternura ovejil que tanto caracterizaban a la muchacha; eran unos ojos llenos de vidriosidad sádica y acusadora.

Entonces, Verónica fue saliendo lentamente del espejo; primero la cabeza, luego los hombros, luego el resto del cuerpo... Era como un parto fantasmagórico y extraordinario, y a David lo iba aterrando cada vez más.

Hasta que aquellos ojos sesgados, vidriosos y sádicos, casi se hundían en los suyos. Y aún así, tampoco supo decir de qué color eran.

Para nada habría esperado Rafa que hubiera acabado de aquella manera. Tal vez en un accidente, por conducir bebido, o en cualquier pelea callejera. David había cambiado mucho en los últimos meses, se había vuelto muy temerario, muy prepotente y muy desagradable con sus amigos. Pero aún así él lo lloró en su entierro, con el sentimiento de culpa de no poder impedir aquel suicidio.

Vero tardó un par de semanas en saberlo y, de hecho, ni le importó. Cuando colgó el teléfono después de recibir la noticia, suspiró tranquila y aliviada, mientras el chico que estaba tomando café con ella la miraba extrañado.

Mun, the Goshtly Doll


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1 recogieron sus pétalos:

Anónimo dijo...

Hay momentos chulos, pero, en general, parece un refrito de ideas de otros. Tú puedes mucho más que ésto, ¡ánimo!