miércoles, septiembre 20, 2006

El primer amor

Siempre se había imaginado al amor como una visita inesperada, para la que hay que estar preparado en todo momento y así hacerle un recibimiento digno. Era una sensación comparable a la muerte en ese sentido, y así pudo comprobarlo aquel día, pues en aquel instante todo lo que lo atañía murió: el tiempo, sus ideas, su lógica, su ser.

Era aún muy joven cuando lo conoció, pero aquello no le impidió entender que el dulce dolor que empezaba a sentir era el flechazo del travieso Eros. Y no sólo se le rompió el corazón en su interior, sino también sus pensamientos y los esquemas que él ya había trazado sobre bases sólidas. Y es que él no esperaba que aquella visita tuviera forma de hombre; esperaba que se manifestara en el sexo contrario. Pero aquella belleza superaba cualquier inclinación sexual.

Sí; era una criatura tan sublime y perfecta que era imposible contemplarla sin sentir la magia que desprendía. Una magia transmitida por el perfume que irradiaban sus brillantes e hipnóticos ojos verdes, su sonrisa de marfil tallado con la delicada habilidad del que talla diamantes, sus cabellos ondulados y negros como una noche de amor eterna y sus suaves y vigorosas formas sin falla alguna. La demente sensualidad de aquel joven sobrenatural quedaba gravemente acentuada por la humedad del agua cristalina que lo envolvía, haciéndolo más deseable aún para el muchacho que lo observaba absorto.

Se quedó allí tumbado boca abajo, con los ojos fijos en él, con su alma bailando al son del delicioso hechizo al que aquel semidiós le había sometido. Su mirada se incendiaba a medida que pasaba las horas bebiendo sorbo a sorbo aquella imagen arrebatadora y provocativa.

Y fue al final de todo, cuando la pasión fue más fuerte que la cordura y la mera fascinación, cuando pasó. El chico se abalanzó contra su primer y único amor, para hacerlo suyo en un acto impulsado no sólo por los instintos, sino también por la soledad de su alma, pero lo que consiguió fue perderse en aquellas heladas aguas, sin saber nadar ni respirar con branquias, tan solo como había vivido. Ni siquiera supo apreciar la única compañía que tuvo en el último instante de su vida, que fue el amargo grito de Eco:
—¡Narciso!

Mun, the Doll in love



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1 recogieron sus pétalos:

JOAN GONZÁLEZ_MIRATGES dijo...

bonica historia.

salut Joan